Si uno pudiera escribir así...
Si uno pudiera escribir así…
La lectura de los artículos de Carlos Medinaceli es una lección de estilo ensayístico y periodístico. ¡Cómo combina la amable ironía, el lenguaje cotidiano y, sin embargo, preciso, y la libertad de pensamiento! En los años 50, el Ministerio de Educación y Bellas Artes publicó "Páginas de vida", colección de artículos de prensa del gran escritor; Werner Guttentag incorporó la antología "Medinaceli: Escoge" en la Enciclopedia Boliviana con prólogo de Héctor Cossío Salinas y Mariano Baptista Gumucio le dedicó un libro ágil, antológico y biográfico. Cuando Alfredo Medrano y este servidor iniciamos nuestro trabajo de columnistas, consultamos uno y otro artículo de Medinaceli a ver si se nos pegaba algo de su bonhomía y amabilidad.
La lectura de los artículos de Carlos Medinaceli es una lección de estilo ensayístico y periodístico. ¡Cómo combina la amable ironía, el lenguaje cotidiano y, sin embargo, preciso, y la libertad de pensamiento! En los años 50, el Ministerio de Educación y Bellas Artes publicó "Páginas de vida", colección de artículos de prensa del gran escritor; Werner Guttentag incorporó la antología "Medinaceli: Escoge" en la Enciclopedia Boliviana con prólogo de Héctor Cossío Salinas y Mariano Baptista Gumucio le dedicó un libro ágil, antológico y biográfico. Cuando Alfredo Medrano y este servidor iniciamos nuestro trabajo de columnistas, consultamos uno y otro artículo de Medinaceli a ver si se nos pegaba algo de su bonhomía y amabilidad.
Los prosistas bolivianos en la época del Modernismo
Por Carlos Medinaceli
Ninguna aventura más gustosa, más ocasionada a deleitosas sorpresas y edificantes descubrimientos, que una excursión, por vía de paseo rural, antes que de exploración bibliográfica, por las revistas nacionales del tiempo pasado. A lo mejor lo coje uno por ahí a don Abdón Saavedra en flagrante delito de “poeta romántico” publicando unos versos a “la amada”, (¿quién sería la pobre?) que, francamente, merecen la pena que para las malas metáforas pedía Heine, diez años de presidio, o, lo que es peor, a don Ricardo Martínez Vargas, el notable financista, el rígido hombre de los números, haciendo… ¿sabéis qué…? Horresco réferens: atrósticos…
Perdonad el lapsus cálami: he querido decir acrósticos. Hay políticos, hoy notables; sesudos jurisconsultos; respetables padres de familia y de la patria, que en aquellos dichos tiempos, a quien los antiguos daban el nombre de dorados, solían tener sus citas, clandestinas, cln las Musas. Pero estas Musas les jugaban una mala pasada; les soplaban al oído los versos del otro: hay quien firma un hermoso “triolet” de Gonzáles Prada como suyo, o hay el que quiere nuevamente diazmironizar y nos vuelve a repetir aquello de que él es “el león que ha nacido para el combate” y, la otra, “la paloma para el nido”, o que “hay plumajes que pasan por el fango y no se manchan”. Bella imagen con la que, evidentemente, alude a los políticos bolivianos. Estos, en su generalidad, tienen de estos plumajes. Pasan por todos los partidos. Y no se manchan.
Oh, el encanto, las sabrosas enseñanzas, las deleitosas sorpresas, que nos brindan los papeles viejos.
Empero, antes, es de contar el origen de este mi amor epistemológico. El caso es que, en Potosí, cuando se muere un hombre de esos raros que tienen la costumbre, mala, por supuesto, pésima, de coleccionar libros, hasta organizar lo que allí llaman “Librería” –que en otras partes dicen “Biblioteca”—lo corriente es que los deudos queden pobres y, lo peor, con un clavo encima, la “Librería” del papá o del esposo difuntos. Y como también, es lo frecuente, tienen que cambiar de casa, no sabiendo qué hacer con los tales libros, folletos “y tanta papelería” del papá o del esposo, los hijos o la viuda, deciden vender los folletos y papeles por arrobas, a las chancaqueras, ancuqueras, bizcochueleras, mantequeras y demás gente que necesita “papeles que no sirven”, para envolver en ellos lo que sirve para el regalo del paladar como son los ancucos y el bienestar del estómago, como es la manteca.
En mis tiempos, la arroba de estos folletos y papeles se vendía a razón de Bs. 4.- la arroba. Ahora debe ya haber subido. Cuanto a los libros, se los vende según la pasta y el volumen, al tanteo. Las viudas de los intelectuales no es que no sepan leer, generalmente, sino lo que pasa es que, por adquirir aquellos librados, --obra del diablo según dicen los Jesuitas—el esposo hasta llegó a ser un mal marido: muchas veces sacrificó el pan nuestro de cada día por adquirirlos o, de tanto abismarse en la lectura de ellos, concluyó por volverse un idiota y olvidarse hasta de sus más sagrados deberes conyugales: en vez de dormir en el dormitorio, como era su deber, se quedaba dormido en la Biblioteca: la esposa llegó, pues, con el tiempo, a cobrarles una enemistad personal a los libros. Ahora, por fin, ha llegado la hora de la venganza: si pudiera arrojarlos al fuego. Pero, no: es preferible venderlos: algo siquiera se puede sacar de ellos. Entonces, los vende: los libros, según la pasta; los folletos y demás papeles, por arrobas.
Así adquirió don Luis Subieta Sagárnaga, historiador y mártir, los cinco tomos manuscritos de los “anales de la Villa Imperial de Potosí” por Bartolomé Martínez y Vela, cuando la viuda de don Modesto Omiste vendió la Biblioteca de su esposo. Don Luis Subiera Sagárnaga, hasta ahora, no ha publicado sino el primer tomo, en una edición pésima y sin el menor sentido bibliográfico. Los cuatro restantes, seguramente piensa dejar de herencia a sus hijos. Por el hecho de haber adquirido en unos cuantos pesos aquellos manuscritos, el señor Subieta Sagárnaga, se cree dueño de la propiedad literaria de los referidos “Anales”.
Por Carlos Medinaceli
Ninguna aventura más gustosa, más ocasionada a deleitosas sorpresas y edificantes descubrimientos, que una excursión, por vía de paseo rural, antes que de exploración bibliográfica, por las revistas nacionales del tiempo pasado. A lo mejor lo coje uno por ahí a don Abdón Saavedra en flagrante delito de “poeta romántico” publicando unos versos a “la amada”, (¿quién sería la pobre?) que, francamente, merecen la pena que para las malas metáforas pedía Heine, diez años de presidio, o, lo que es peor, a don Ricardo Martínez Vargas, el notable financista, el rígido hombre de los números, haciendo… ¿sabéis qué…? Horresco réferens: atrósticos…
Perdonad el lapsus cálami: he querido decir acrósticos. Hay políticos, hoy notables; sesudos jurisconsultos; respetables padres de familia y de la patria, que en aquellos dichos tiempos, a quien los antiguos daban el nombre de dorados, solían tener sus citas, clandestinas, cln las Musas. Pero estas Musas les jugaban una mala pasada; les soplaban al oído los versos del otro: hay quien firma un hermoso “triolet” de Gonzáles Prada como suyo, o hay el que quiere nuevamente diazmironizar y nos vuelve a repetir aquello de que él es “el león que ha nacido para el combate” y, la otra, “la paloma para el nido”, o que “hay plumajes que pasan por el fango y no se manchan”. Bella imagen con la que, evidentemente, alude a los políticos bolivianos. Estos, en su generalidad, tienen de estos plumajes. Pasan por todos los partidos. Y no se manchan.
Oh, el encanto, las sabrosas enseñanzas, las deleitosas sorpresas, que nos brindan los papeles viejos.
Empero, antes, es de contar el origen de este mi amor epistemológico. El caso es que, en Potosí, cuando se muere un hombre de esos raros que tienen la costumbre, mala, por supuesto, pésima, de coleccionar libros, hasta organizar lo que allí llaman “Librería” –que en otras partes dicen “Biblioteca”—lo corriente es que los deudos queden pobres y, lo peor, con un clavo encima, la “Librería” del papá o del esposo difuntos. Y como también, es lo frecuente, tienen que cambiar de casa, no sabiendo qué hacer con los tales libros, folletos “y tanta papelería” del papá o del esposo, los hijos o la viuda, deciden vender los folletos y papeles por arrobas, a las chancaqueras, ancuqueras, bizcochueleras, mantequeras y demás gente que necesita “papeles que no sirven”, para envolver en ellos lo que sirve para el regalo del paladar como son los ancucos y el bienestar del estómago, como es la manteca.
En mis tiempos, la arroba de estos folletos y papeles se vendía a razón de Bs. 4.- la arroba. Ahora debe ya haber subido. Cuanto a los libros, se los vende según la pasta y el volumen, al tanteo. Las viudas de los intelectuales no es que no sepan leer, generalmente, sino lo que pasa es que, por adquirir aquellos librados, --obra del diablo según dicen los Jesuitas—el esposo hasta llegó a ser un mal marido: muchas veces sacrificó el pan nuestro de cada día por adquirirlos o, de tanto abismarse en la lectura de ellos, concluyó por volverse un idiota y olvidarse hasta de sus más sagrados deberes conyugales: en vez de dormir en el dormitorio, como era su deber, se quedaba dormido en la Biblioteca: la esposa llegó, pues, con el tiempo, a cobrarles una enemistad personal a los libros. Ahora, por fin, ha llegado la hora de la venganza: si pudiera arrojarlos al fuego. Pero, no: es preferible venderlos: algo siquiera se puede sacar de ellos. Entonces, los vende: los libros, según la pasta; los folletos y demás papeles, por arrobas.
Así adquirió don Luis Subieta Sagárnaga, historiador y mártir, los cinco tomos manuscritos de los “anales de la Villa Imperial de Potosí” por Bartolomé Martínez y Vela, cuando la viuda de don Modesto Omiste vendió la Biblioteca de su esposo. Don Luis Subiera Sagárnaga, hasta ahora, no ha publicado sino el primer tomo, en una edición pésima y sin el menor sentido bibliográfico. Los cuatro restantes, seguramente piensa dejar de herencia a sus hijos. Por el hecho de haber adquirido en unos cuantos pesos aquellos manuscritos, el señor Subieta Sagárnaga, se cree dueño de la propiedad literaria de los referidos “Anales”.
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