Historia del lápiz y la pluma de escribir





Historia del lápiz y la pluma de escribir
Me parece injusto que yo, mísero mortal, escriba en este teclado tan fino mientras el Profeta escribió el Corán en omoplatos de carnero y Dante tomó apuntes para La Divina Comedia en tablillas de cera y San Agustín escribió su Civitas Dei en papiros.
Hace un par de días la prensa publicó una crónica sobre un manuscrito de miles de años, que es el más pesado, grande y voluminoso, y sus páginas, que son pergaminos, sumaron las pieles de 175 bueyes.
Un capítulo todavía vigente de esta leyenda es la historia del lápiz. Poetas como el cubano José Lezama Lima se deleitaban escuchando, en el silencio de trasnoche, el rasguido leve del lápiz en el papel donde escribían sus poemas. El inventor del lápiz era francés y se llamaba Jacques Conté. Lo fabricaba usando una mezcla de grafito, polvo, greda y arcilla. Se comprimía la mezcla en varillas delgadas, llamadas minas, y se las hacía calzar en ranuras talladas en una madera. Una vez calzadas, se buscaba otra mitad de madera para juntarla a la anterior, aprisionando la mina del lápiz, procedimiento que se usa hasta hoy, pero ya no a mano sino en máquinas sofisticadas. Las minas de lápiz tienen secretos muy bien guardados, que son el orgullo de grandes fábricas como Swan o Faber Castell.
Se dice que este invento precedió en un siglo a la pluma de ganso. Las plumas de ganso debían tener en la punta un corte cuidadoso al sesgo hecho con una pequeña navaja que hasta hoy se llama “cortaplumas”. En las cancillerías había expertos en cortar plumas, y su misión era aprontar cientos de éstas para uso de los amanuenses de turno, que al mismo tiempo eran calígrafos. La Enciclopedia Británica dedica un jugoso artículo a la clasificación de caligrafías a lo largo de la historia.
La pluma de acero –la “pluma cucharita”, de la cual habla con nostalgia Julio Cortázar--, ya fueron conocidas por los , que las fabricaban de bronce y cobre, y aunque eran de mayor duración que las plumas de caña, no tenían su elasticidad, por lo que en la Edad Media cayeron en desuso. Notable progreso fue el empleo de la pluma de ave, aunque parece ser que en Alemania no entraron en uso hasta bien entrado el siglo XV, y que reemplazo por completo a la pluma de caña.
Al parecer, la plumilla fue inventada en el siglo XVIII por un mecánico francés llamado Arvaux, aunque otros atribuyen el invento a Luis Senefelder nacido en Praga en 1772 y muerto en Munich en 1834 inventor de la litografía, fue el que tomo esta iniciativa, con objeto de escribir en la piedra litográfica. Construyo una plumilla, de un fragmento de una cuerda de reloj (lamina o fleje de acero estrecha de unos 5 m/m enrollada en espiral) cortado en ángulo recto cilindrado luego y separada la punta en forma de gavilanes (gavilanes, cualquiera de los dos lados de la punta de escritura de la plumilla de escribir)
Hay una cantidad muy grande de marcas y modelos, hay un tipo diferente para cada clase de escritura, o clase de letra, o dibujo y de muy diferentes anchos, incluso con puntas especiales para personas que usan la mano izquierda para escribir.
Posteriormente la maquinaria hizo grandes progresos y se construyeron maquinas para el corte exacto y seguro de las plumas, con lo cual se economizó a los escribientes una gran parte de su trabajo.
La maquinaria siguió prosperando y en 1808 Bürger de Königeberg tuvo la feliz idea cortar en pequeños fragmentos el cálamo de la pluma de ganso, dando a cada uno de estos fragmentos la forma puntiaguda de la pluma, adaptándolos a sendos mangos o palilleros. Mas tarde tuvo también la feliz idea de hacer plumillas de acero, pero su invento no cuajo, hasta que en 1830 se empezó en Inglaterra la elaboración de las plumillas metálicas de acero generalizándose su uso en la segunda mitad del siglo.
Más tarde los fabricantes ingleses, tomando por modelo la de Senefelder, construyeron las primeras plumillas de acero en serie.No obstante estas plumillas, resultaban muy costosas y por otra parte, no daban tampoco completa satisfacción por duras y falta de flexibilidad.
En 1820 el ingles Joseph Guillott empezó la fabricación de estas clase de plumillas de acero empleando ya sistemas y maquinas de cortar, marcar, combar y pulimentar más modernas, semi automáticas con lo cual se mejoró notablemente la calidad y sobre todo abaratando mucho el coste de las plumillas. Con el conocimiento de estos progresos, hicieron en otros países gran numero de pruebas y trabajos, los cuales condujeron paulatinamente a la construcción de las plumillas de acero.F. Soennecker, industrial alemán nacido en 1842, "Iserlohn" se dedico a la pluma de escribir y toda clase de objetos y útiles para la escritura. En 1875 construyó una fabrica, que más tarde ampliaría y seria una de las más importantes de su genero. Fue también escritor, dedicado a asuntos relacionados con la escritura y la caligrafía a la que dedico toda su vida. A su muerte en 1910, le sucedió su hijo Alfred que aumentó la producción, e introdujo nuevos productos, y la empresa adquirió mucha más importancia. (www.plumasmetalicas.com).
En 1826, un inventor llamado Masson diseñó una máquina muy ingeniosa. Las plumas de ganso habían sido utilizadas durante dos mil años. Las plumas-cucharita tuvieron vigencia hasta la invención de la “plumafuente”.
Los de mi generación usamos todavía en la escuela estas plumas, con las cuales trazábamos rasgos finos y gruesos, llamados “caligrafía inglesa”. Debíamos ir al colegio con un canuto para calzar las plumas y dos colores de tinta: roja y azul, con los consiguientes estragos que provocaba el tintero caído en nuestros cuadernos y nuestros mandiles blancos.
Mientras estuve en La Paz, fui con frecuencia a la Librería Gisbert, donde me prometieron buscar en sus depósitos, a ver si habían quedado plumas y canutos. Lamentablemente se agotó el stock. ¿Quién no guardaba, por entonces, estas delicadas plumas en su estuche de colegio? ¿Quién no lamentó que la punta se doblara por alguna travesura? ¿Quién no exhibió las más finas que se compraban en las mejores librerías? Las tareas de entonces demandaban un cuidado extremo para no volcar el tintero, y el uso de papel secante para que la página húmeda no manchara el trabajo. Pagaban los dedos de la mano, siempre manchados de tinta, esa sustancia ominosa, a diferencia de las teclas inmaculadas que en este momento utilizo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que soy el único comentarista de este artículo, no quisiera ser el único. Me parece muy interesante la reminiscencia histórica que hace el distinguido señor, al describir los medios porlos que aquella gente resolvió el problema de la comunicación,la transmisión de la información y el conocimiento. El sentarse en el Scriptorium era toda una ceremonia. La liturgia de de tajar la pluma de ave, de fabricar la tinta ferrogálica, la preparación del papel, la posición del cuerpo y de la mano, la luz de la izquierda etc., es toda una experiencia religiosa, para el que todavia hoy tiene esa sensación interior. Yo particularmente he vivido esas vivencias, pues investigué aquellos
libros del siglo XVIII y XIX y XX sobre caligrafía de mi propiedad,tajé plumas de ganso, hice tintas ferrogálicas, bruñí paleles antiguos y escribí variedad de letras antíguas con sus técnicas respectivas de acuerdo al estilo y nacionalidad y época a la que pertenecen, es maravilloso reingresar en esa atmósferá cósmica del pasado. Celebro porque aún existe gente que valora lo hecho por la humanidad a través de los tiempos ya idos. Es cultura, es herencia histórica, es identidad, hay que cultivar ese patrimonio ya casi extinto. Miguel Ángel Andrade Daza